Cuándo mirar hacia adentro, cuándo mirar hacia arriba

El pecado proviene de nuestro corazón y conduce a la ruina, mientras que la rectitud proviene de Dios y conduce a la restauración. Este es el mensaje de la Escritura, claramente enseñado en el primer capítulo de Santiago.  En Santiago 1:13-14, conocemos la fuente y el resultado del pecado.

13 Que nadie diga cuando es tentado: Soy tentado por Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal y Él mismo no tienta a nadie. 14 Sino que cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión. (LBLA)

No necesitamos estar convencidos del resultado del pecado. Cada uno de nosotros conoce de primera mano el aguijón de la muerte que nuestro pecado y los pecados de los demás producen. Lo que es difícil de asumir es el origen del pecado: nuestros propios corazones. 

Es fácil sentirse como un espectador pasivo cuando se trata de pecado. Resonamos con Aarón que, al ser enfrentado por Moisés después de construir el becerro idólatra. Responde: «Arrojé [oro] al fuego, y salió este becerro.» La mayoría de nosotros podemos recordar un momento en la que estuvimos ocupados sólo de lo nuestro cuando, de repente, «salió este ídolo». Ya sea codicia, lujuria o envidia, el pecado tiene una manera de acercarse a hurtadillas sobre nosotros como si viniera desde afuera. Pero Santiago quiere que sepamos que el pecado viene de adentro, no de nuestras circunstancias y ciertamente no de Dios.

Sin duda, Dios nos pone a prueba, pero nunca nos tienta al pecado. «Cuando la Escritura atribuye ceguera o dureza de corazón a Dios», dice Juan Calvino, «no le asigna el comienzo de la ceguera, ni lo convierte en el autor del pecado, para atribuirle la culpa.» Mientras que la Escritura enseña claramente que Dios entrega algunos a los deseos pecaminosos de su corazón, Dios nunca es la fuente del pecado; nosotros lo somos. Cuando gustamos la muerte que trae el pecado, debemos ser honestos acerca de la fuente de esa muerte; nuestros propios corazones.
Santiago no sólo está ansioso que veamos la fuente y el resultado del pecado; también quiere que veamos la fuente y el resultado de la rectitud.

16 Amados hermanos míos, no os engañéis. 17 Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación. 18 En el ejercicio de su voluntad, Él nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que fuéramos las primicias de sus criaturas. (LBLA)

Así como estamos tentados a considerar el pecado como un fenómeno externo, a la inversa, estamos tentados a ver la rectitud como un logro interno. Miramos a nuestro propio valor, nuestro propio mérito, nuestra propia determinación de alcanzar la rectitud. Pero Santiago es claro; la rectitud es un regalo del cielo. Si vamos a ser hechos rectos, se requerirá un actor externo. Se requerirá que el Dios-hombre, Jesús, viva, muera, se levante e interceda a favor de nosotros.

La «palabra de verdad» trae el resultado de la rectitud celestial; estamos hechos nuevas criaturas. Se nos da una nueva vida. Hemos «nacido de nuevo», por así decirlo. Pero, es sólo después de mirar hacia adentro a nuestro pecado y reconocer nuestra necesidad de un salvador que podemos mirar hacia afuera a él y recibir el don de su rectitud. «El que ha aprendido a sentir sus pecados y a confiar en Cristo como un Salvador», dice J.I. Packer, «ha aprendido las dos lecciones más difíciles y grandes del cristianismo».

Por Dustin Messer
Pastor para la Formación de Fe en la iglesia anglicana All Saints Todos los Santos en el centro de Dallas, TX. 

Oración
Espolea tu poder, oh Señor, y con gran poder ven entre nosotros; y, debido a que estamos muy obstaculizados por nuestros pecados, que tu abundante gracia y misericordia nos ayuden y nos liberen prontamente; por medio de Jesucristo nuestro Señor, a quien, contigo y con el Espíritu Santo, sea honor y gloria, ahora y para siempre.
Amén.