1 Juan 5:1-5 - Nacido de Dios

«Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios. Todo aquel que ama al Padre, ama al que ha nacido de Él» (1 Juan 5:1 NBLA).

Dickson* fue uno de los alumnos más infelices que he tenido en una clase de Historia de la Iglesia Africana. Mientras otros recogían historias orales y objetos y los presentaban con entusiasmo, Dickson murmuraba y refunfuñaba durante todo el semestre. Cuando terminó el módulo, yo imaginaba que no volviera a inscribirse en clases conmigo, pero, sorprendentemente, se apuntó a la exégesis bíblica. Comenzó el módulo fiel a su estilo y, a mitad de camino, desapareció. Cuando pregunté dónde estaba, los alumnos me dijeron que estaba preparando sermones y me invitaron a ir a escucharlo esa tarde.  Por curiosidad, fui y fui testigo de una completa transformación. Cuando Dickson se acercó a predicar, su rostro estaba feliz y radiante. Expuso el pasaje y suplicó apasionadamente a la congregación que viniera a Cristo para ser salvos. Más tarde, esa misma semana, vino a mi oficina y me explicó que, mientras leía el pasaje bíblico para prepararse para una clase, había nacido de nuevo y había sido completamente transformado por el amor de Dios por él en Cristo.

Dickson no había puesto verdaderamente su fe en Jesucristo, el Hijo de Dios, hasta que se convenció, leyendo la Escritura, de que Jesús había muerto para salvarle. Calvino comenta sobre el v.1: «Jesús no puede ser recibido como Cristo, si no se busca la salvación en él, ya que para ello fue enviado por el Padre y se ofrece diariamente por nosotros» (p. 250). 

En el v.1, Juan asegura a la iglesia que lo que creen en cuanto a Jesús es de vital importancia, porque los que creen que Jesús es el Mesías demuestran que han «nacido de Dios» y han recibido la salvación (véase Juan 3:1-12). Además de la fe en Jesucristo, la marca de los verdaderos creyentes es que «aman al Padre» y aman a los hijos del Padre o, «a todo aquel que ha nacido de él».

Así, hay una doble prueba para identificar el espíritu que gobierna a los maestros en la iglesia (1 Juan 4:2-3). Los verdaderos creyentes tienen fe salvadora en Jesucristo y también aman a Dios y los unos a los otros (v. 2). Tienen la seguridad de que entran en la categoría de los que aman a sus hermanos precisamente porque aman a Dios y guardan sus mandamientos (v.2-3). Jesús recordó a sus discípulos que el resumen de la ley es, en primer lugar, amar a Dios y, en segundo lugar, amarse los unos a los otros (Mc 12, 28-31). Así, toda la ley se resume en el mandamiento del amor. Esto, como señala Juan, no es una carga (v. 3). El verdadero amor nos libera de la opresión del pecado. 

La verdad es que los que han nacido de Dios han vencido al mundo en todo su pecado y maldad (v.4). En 1 Juan 3:12, Juan instó a la iglesia a no ser como Caín, que estaba bajo el poder del «maligno» y asesinó a su hermano. Aquí, les recuerda que la victoria sobre el mal ya está asegurada por la fe de ellos. No se trata de una creencia vaga, sino, como señaló Calvino, de una fe salvadora en Jesús, el Hijo de Dios (v. 5). Esto, como hemos visto, significa creer que Dios envió a su Hijo al mundo para ser el sacrificio expiatorio por nuestros pecados y para darnos la vida eterna (1 Juan 4:9-10). 

A veces podemos sentirnos vencidos por el mal. Las falsas enseñanzas parecen abundar, y el mundo puede parecer opresivo. La palabra de hoy es que aquellos que son «nacidos de Dios» ya han vencido al mundo por la fe en Cristo. Por lo tanto, tengamos valor y busquemos amarnos unos a otros con la plena seguridad de su victoria.