1 Reyes 2: Gran liderazgo

¿Qué hace a un gran líder? 

En el capítulo 2 de 1 Reyes, escuchamos las últimas palabras del rey David, cuando le dice a su hijo Salomón cómo dirigir al pueblo de Dios de la manera correcta. 

David comienza diciéndole a su hijo que sea «fuerte y sé hombre» (1 Reyes 2:2b).

Si Salomón va a dirigir al pueblo de Dios correctamente, tiene que ser fuerte y valiente, como un soldado que entra en la batalla.

Tendrá que hacer cosas difíciles, controvertidas y costosas. 

A continuación, David le dice a Salomón que guarde «los mandatos del SEÑOR tu Dios, andando en Sus caminos» (1 Reyes 2:3a). 

El rey de Dios debe seguir los caminos de Dios mientras dirige al pueblo de Dios. 

Y si lo hace, Dios le promete un gran resultado: «Guarda los decretos, los mandatos, los reglamentos y las leyes escritas en la Ley de Moisés para que tengas éxito en todo lo que hagas y dondequiera que vayas» (1 Reyes 2:3b). 

Dios promete a su rey que tendrá éxito si es obediente. 

Y así es el éxito, versículo 4: «Si tus hijos guardan su camino, andando delante de Mí con fidelidad, con todo su corazón y con toda su alma, no te faltará hombre sobre el trono de Israel» (1 Reyes 2:4b NBLA).

El éxito en el reino de Dios es tener un rey obediente en el trono, que ame la ley del Señor, y que siga al Señor con su corazón y su alma. 
Para el rey de Dios, esto es el éxito. 

Pero al leer 1 Reyes, vemos que ninguno de los reyes de Dios hace lo que debe. 

Algunos reyes son buenos, otros son malos y otros son totalmente malvados. 

Pero lo que todos tienen en común es que ninguno obedece verdaderamente la ley de Dios. 

Por esta razón, el Señor habría estado en su derecho de abandonar a su pueblo y destruir su reino para siempre. 

Sin embargo, el Señor sabía que incluso el primer descendiente de David, Salomón, no dirigiría como debía, tal como prometió en 2 Samuel 7, «…yo pondré en el trono a uno de tus propios descendientes, y afirmaré su reino. … cuando haga lo malo, lo castigaré con varas y azotes, como lo haría un padre. Sin embargo, no le negaré mi amor. …Tu casa y tu reino durarán para siempre delante de mí; tu trono quedará establecido para siempre» (2 Samuel 7:12-16 NVI).

Así que, aunque Dios exigía que el rey de su pueblo le obedeciera perfectamente, el Señor también prometió seguir mostrando gracia cuando el rey fallara inevitablemente. 

Esto sólo podía ocurrir gracias al hijo mayor de David, el Señor Jesucristo. 
Su liderazgo mostró lo que significaba seguir todos los caminos del Señor, y su liderazgo mostró el verdadero valor, ya que «se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales» (Filipenses 2:8 NTV). 

El mayor acto de liderazgo del mayor líder de todos se demostró cuando: «cargó con el pecado de muchos, e intercedió por los pecadores» (Isaías 53:12 NVI), para que cada rey del pueblo de Dios y cada persona de su reino, pudieran estar seguros en su gracia. 

Al reflexionar sobre lo que hace a un gran líder, debemos reconocer que ninguno de nosotros puede liderar como debería. 

Sin embargo, debemos estar verdaderamente agradecidos por el gran líder de Dios, Jesucristo nuestro Señor, cuyo gran liderazgo lo llevó a humillarse por nuestros pecados, asegurando un reino que nunca termina.