1 Reyes 5: ‘Una casa para todas las naciones’

Aunque sé que es esencialmente un refugio contra la lluvia, sigue habiendo un lugar especial en mi corazón para el edificio en el que escuché la palabra de Dios cuando era joven, y en el que me casé de adulto.

Nuestras iglesias cristianas se consagran a menudo para destinarlas a un uso noble, pero, en última instancia, el lugar donde nos reunimos con Dios no es un edificio físico, sino que está en Cristo Jesús, que es ‘la piedra angular viva del templo de Dios’ (1 Pedro 2:4).
Como escribió Juan en su Evangelio, «cuando Jesús dijo ‘este templo’, se refería a su propio cuerpo» (Juan 2:21 NTV).

Pero antes, en la época del gobierno de David y Salomón, el edificio del templo tenía una función espiritual muy importante.

Era el lugar que Dios eligió para vivir entre su pueblo.

El rey David quería hacer el edificio permanente para que el Señor pudiera trasladarse de su tienda y entrar en el templo.

Sin embargo, el Señor no permitió que esto sucediera hasta que su pueblo disfrutara de la paz política, cuando fuera gobernado por el rey de Dios en el lugar de Dios.

Así que, cuando Salomón finalmente se convirtió en rey, el gobernante de una nación cercana le escribió para felicitarlo, y en respuesta, Salomón le pidió ayuda para construir un templo para el Señor.

Salomón le dijo: «Sin embargo, ahora el SEÑOR mi Dios me ha dado paz en todo el territorio; no tengo enemigos, y todo marcha bien. Así que tengo planeado construir un templo para honrar el nombre del SEÑOR mi Dios, tal como él le había indicado a mi padre David» (1 Reyes 5:4-5b)

Este edificio iba a ser algo más que un cobertizo: iba a ser el lugar mismo donde el Señor Dios elegiría vivir entre su pueblo.

El rey Hiram de Tiro, aquel amistoso vecino, se alegró de participar en este proyecto especial y dijo: «Alabado sea hoy el SEÑOR por haberle dado a David un hijo sabio para que sea rey de la gran nación de Israel» (1 Reyes 5:7)

Incluso un rey de una nación fuera de Israel trajo alabanzas al Señor, el Dios de Israel, y ese rey extranjero hizo las paces con el rey de Dios (versículo 12), y se unió a él en la construcción de un lugar para que el Señor viviera y fuera adorado (versículo 18).

Y no se escatimaron esfuerzos cuando se dedicaron a construir esta casa para el Señor, pues leemos que utilizaron «grandes bloques de piedra de la mejor calidad» (versículo 17) cuando hicieron los cimientos del Templo.

Era el punto culminante del reino de Dios en el Antiguo Testamento, y veíamos cómo las naciones eran bendecidas a través del pueblo de Dios, mientras traían alabanzas al Señor.
Cuando Mateo registró la historia del nacimiento de Jesús, contó que los sabios de unas tierras orientales llegaron a Jerusalén, deseosos de adorar al recién nacido rey de los judíos (Mateo 2:1-2).

Aquellos Magos visitantes se llenaron de alegría cuando vieron la estrella que los llevó a encontrar a Jesús, a quien se postraron y adoraron, trayendo preciosos regalos (Mateo 2:10-11).

Porque una vez que el imponente templo de Salomón fue destruido, llegó el momento en que Dios moraría en medio de su pueblo de una manera mucho más gloriosa, y los sabios gobernantes de las naciones también reconocerían su gobierno y alabarían su nombre.

La buena noticia de Jesús es para la gente de todos los lugares del planeta, y nos deleitamos en proclamar fielmente a Cristo a las naciones.