Devoción del 07 de Enero

Lecturas: Juan 4: 7-26

La lectura de hoy contiene la conocida historia de la mujer samaritana. Los comentaristas dicen que Jesús superó dos prejuicios judíos: hablar con un samaritano y hablar con una mujer. Este incidente es asombroso en todos los frentes. Al iniciar una conversación con la mujer samaritana, Jesús cruzó dos fronteras judías: hablar con una samaritana y hablar con una mujer. Ambos estaban prohibidos para un hombre judío, y más aún para un rabino judío. También era inusual que una mujer visitara un pozo sola. Ella podría haber elegido esta hora (mediodía) para evitar ser vista por otras personas que podrían conocer su origen.

Jesús inició la conversación pidiendo agua a la Samaritana, a lo que ella respondió asombrada: «Tú eres judío y yo soy una mujer samaritana. ¿Cómo puedes pedirme de beber?» (v. 9). Jesús ahora dirigiría la conversación hacia la revelación de su identidad. Es como si Jesús quisiera decir: «No soy sólo 'un hombre judío'; soy más que eso». Dijo ella: «No tienes con que sacar el agua. No puedes ser más que Jacob». Después, él le habló del agua viva y ella le pidió que le diera un poco. Él le pidió que trajera a su marido a lo que ella sólo reveló la mitad de la verdad: «No tengo marido». Después de que Jesús revelara la situación pecaminosa de ella, ella estuvo dispuesta a ascender a Jesús a «profeta». A pesar de su reconocimiento de Jesús como profeta, ella todavía argumentaba que él era un profeta ubicado en la montaña equivocada (del otro lado del valle). Fue solo cuando Jesús reveló su identidad como Mesías que ella se sintió atraída por él y luego, como ella, muchos se sintieron atraídos por él a partir de entonces y fueron capaces de atraer a muchos más también.

El cruce de fronteras culturales y religiosas en esta historia es asombroso. Muestra cómo la salvación no se limita a un solo grupo racial, sino que se ofrece a todo el mundo, incluso a aquellos a quienes despreciaríamos (tal como los judíos despreciaron a los samaritanos). Sin embargo, lo sorprendente de esta historia es cómo la mujer samaritana parecía ser tan religiosa y versada en su «biblia». Parece que escondió su vida secreta y pecadora detrás de una fachada de religiosidad. Esta mujer era la versión samaritana de los fariseos a quienes Jesús comparó con «sepulcros blanqueados» (Mateo 23: 27).

¿Estamos escondiendo nuestros desafíos más profundos (la verdad completa) detrás de nuestra ortodoxia doctrinal? ¿Puede el orgullo de estar en el «lado bueno del valle» ocultar la muerte dentro de nosotros? Ciertamente es posible. Sin embargo, hay buenas noticias: el encuentro de Jesús con la mujer samaritana no fue casual; «Tuvo que pasar por Samaria» (v. 4) no por razones geográficas sino salvíficas. Jesús toma el mismo camino y llega a nuestros corazones orgullosos e inmundos. Todavía tiene la doble tarea de desvelar el pecado (doloroso) y pronunciar el perdón (gozoso). ¡Alabado sea Dios!

Oración
Todopoderoso Dios, para quien todos los corazones están manifiestos, todos los deseos conocidos, y ningún secreto encubierto: Purifica los pensamientos de nuestros corazones por la inspiración de tu Espíritu Santo, para que podamos amarte perfectamente y magnificar dignamente tu santo Nombre; por Cristo nuestro Señor.
Amén. (LOC).