Dios construye y protege su ciudad

Hilario nació en la Galia, a principios del siglo IV, de padres paganos ricos, que le dieron una excelente educación con un alto nivel de griego. Más tarde, al leer los escritos del Antiguo y del Nuevo Testamento, abandonó el neoplatonismo y se bautizó. Los cristianos de Poitiers respetaban tanto a Hilario que lo eligieron obispo por unanimidad en el año 350.  Durante los siguientes veinte años, se enfrentó enérgicamente a la herejía arriana que amenazaba con apoderarse de la iglesia gala, defendiendo la fe nicena en sus escritos y en sus acciones.

Si el Señor no construye una casa, los constructores trabajan en vano. Tú eres el templo de Dios. El Espíritu de Dios habita en ti. Esta es la casa y el templo de Dios, llena de su doctrina y de su poder, una morada lo suficientemente santa como para albergar el corazón de Dios. De esto habla el mismo autor inspirado, en las palabras: Tu templo es santo, maravilloso en su bondad. La santidad, la justicia y el autocontrol del hombre constituyen el templo de Dios.

Tal templo debe ser construido por Dios; si se construyera con el esfuerzo humano, no duraría; no se mantiene unido apoyándose en enseñanzas meramente mundanas, ni será protegido por nuestros propios esfuerzos vanos o nuestra ansiosa preocupación. Debemos construirla y protegerla de otra manera. No debe tener sus cimientos en la tierra o en la arena que es inestable y traicionera. Su fundamento debe estar arraigado en los profetas y apóstoles.
Debe estar construida con piedras vivas, unidas por una piedra angular; una unidad cada vez mayor la hará crecer en una armonía perfecta, a la escala del cuerpo de Cristo; su belleza y su encanto son el adorno que le da la gracia sobrenatural.

Una casa así construida por Dios, es decir, por la guía de Dios, no se derrumbará. Gracias a los esfuerzos de cada uno de los fieles, esta casa crecerá hasta convertirse en muchas casas, y así surgirá la bendita y espaciosa ciudad de Dios.

Desde hace muchos años, Dios vela por esta ciudad, siempre alerta. Cuidó de Abraham en su peregrinación; rescató a Isaac cuando estaba a punto de ser sacrificado; enriqueció a Jacob en su tiempo de servidumbre; fue él quien puso a José al frente de Egipto, después de haber sido vendido como esclavo; quien apoyó a Moisés contra el Faraón; eligió a Josué para dirigir su nación en la guerra; rescató a David de todo peligro y dotó a Salomón de sabiduría. Acudió en ayuda de los profetas, llevó a Elías al cielo, eligió a Eliseo; alimentó a Daniel, y estuvo al lado y refrescó a los tres jóvenes en el horno de fuego.

Comunicó a José, por medio de un ángel, su concepción virginal, fortaleció a María y envió a Juan a preparar el camino. Eligió a los apóstoles y oró por ellos, diciendo a su Padre: Padre santísimo, protégelos. Mientras estuve con ellos, los protegí con el poder de tu nombre. Finalmente, después de su pasión, nos prometió su protección eterna y vigilante, con las palabras: He aquí que yo estoy siempre con vosotros hasta el fin del mundo.

Tal es la protección indefectible que recibe esta ciudad bendita y santa, una ciudad construida para Dios, formada por la unión de muchos, pero que se ve en cada uno de nosotros. Por lo tanto, es el Señor quien debe construir esta ciudad para que crezca hasta su tamaño previsto. Un edificio recién comenzado no es la obra perfecta; la perfección final sólo se alcanza en el proceso mismo de construcción.

Hilario de Poitiers
Salmo 127
Apocalipsis 21:1-7