El envío del Espíritu Santo

Ireneo, nacido alrededor de 130 a una familia cristiana, fue discípulo del obispo Policarpo en Esmirna, quien también había sido discípulo del apóstol Juan. Después de que una persecución diezmara la iglesia en la Galia, Ireneo se convirtió en el segundo obispo de Lyon y se destacó por su papel en guiar y expandir las comunidades cristianas en lo que ahora es el sur de Francia. En su tratado contra las herejías, Ireneo expuso los errores de las herejías gnósticas y fue instrumental en la definición de la ortodoxia apostólica como el primer teólogo cristiano sistemático.

El envío del Espíritu Santo

Cuando el Señor dijo a sus discípulos que fueran y enseñaran a todas las naciones y las bautizaran en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, les confirió el poder de dar a los hombres una nueva vida en Dios. Había prometido a través de los profetas que en estos últimos días derramaría su Espíritu sobre sus siervos y siervas, y que profetizarían. Entonces, cuando el Hijo de Dios llegó a ser el Hijo del Hombre, el Espíritu también descendió sobre él, acostumbrándose de esta manera a vivir con la raza humana, a vivir en los hombres y a habitar la creación de Dios. El Espíritu cumplió la voluntad del Padre en hombres que habían envejecido en pecado, y les dio nueva vida en Cristo.

Lucas dice que el Espíritu cayó sobre los discípulos en Pentecostés, después de la ascensión del Señor, con el poder para abrir las puertas de la vida a todas las naciones y darles a conocer el nuevo pacto. Así fue que los hombres de todos los idiomas se unieron para cantar una canción de alabanza a Dios, y las tribus dispersas, restauradas a la unidad por el Espíritu, fueron ofrecidas al Padre como los primeros frutos de todas las naciones.

Por eso el Señor había prometido enviar al Abogado: debía prepararnos como una ofrenda a Dios. Al igual que la harina seca, que no puede convertirse en un trozo de masa- en un pan- sin humedad, nosotros, que somos muchos, no podríamos llegar a ser uno en Cristo Jesús sin el agua que baja del cielo. Y al igual que el suelo seco, que no produce cosecha a menos que reciba humedad, nosotros que alguna vez fuimos como un árbol sin agua nunca podríamos haber vivido y dado fruto sin esta abundante lluvia desde arriba. A través del bautismo que nos libera del cambio y la descomposición, nos hemos llegado a ser uno en cuerpo; a través del Espíritu nos hemos convertido en uno en alma.

El Espíritu de sabiduría y entendimiento, el Espíritu de consejo y fortaleza, el Espíritu de conocimiento y el temor de Dios descendió sobre el Señor, y el Señor a su vez entregó este Espíritu a su Iglesia, enviando al Abogado del cielo a todo el mundo al cual, según sus propias palabras, el demonio también había sido arrojado como un rayo. Si no queremos ser secados y sin fruto, necesitamos el rocío de Dios. Como tenemos quien nos acusa, también necesitamos un abogado. Y así, el Señor, en su lástima por el hombre que había caído en manos de bandidos, habiendo vendado las heridas y dejado para su cuidado dos monedas con la imagen real, lo confió al Espíritu Santo. Ahora, a través del Espíritu, se nos ha dado las imagen y inscripción del Padre y del Hijo, y es nuestro deber usar la moneda entregada a nuestro cargo y causar que rinda una gran ganancia para el Señor.

Ireneo de Lyon

Isaías 11: 1-10
Romanos 8: 9-30

Oración
Padre de luz, de quien viene todo buen don,
envía tu espíritu a nuestras vidas
con el poder de un viento poderoso,
y por la llama de tu sabiduría
abre los horizontes de nuestras mentes.
Suelta nuestras lenguas para cantar tus alabanzas
en palabras más allá del poder del habla,
porque sin tu Espíritu
el hombre nunca podría alzar la voz en palabras de paz
o anunciar la verdad que Jesús es el Señor,
quien vive contigo y el Espíritu Santo,
un Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.