La confianza produce esperanza

¿Cómo respondemos al recibir una llamada temida? Quizás la llamada venga de nuestro jefe a media mañana: el trabajo en el que hemos confiado durante años nos está siendo quitado. Quizás la llamada llegue a media tarde de nuestro médico, la salud que hemos dado por sentada durante años está en peligro. Quizás la llamada venga de nuestro padre en medio de la noche, el hermano que hemos conocido y amado toda nuestra vida está luchando por su vida después de un accidente automovilístico. 

En aquellos momentos, ¿cómo respondemos? ¿Nos derrumbamos en la desesperación o sobrevivimos por medio de la esperanza? José nos muestra cómo hacer esto último. Como recordará, Génesis 50 nos cuenta que José confió en el plan de Dios. Lo que sus hermanos hicieron para el mal (venderlo a la esclavitud), Dios quiso para bien. Cuando sus hermanos le dan la terrible noticia de que su padre ha muerto, José, aunque sin duda entristecido, está seguro de su esperanza. Tiene una confianza segura; es seguro en el plan de Dios. Esa esperanza nace a lo largo del resto de su vida, un punto que nos hizo explícito: 

22 Y José se quedó en Egipto, él y la casa de su padre; y vivió José ciento diez años. 23 Y vio José la tercera generación de los hijos de Efraín; también los hijos de Maquir, hijo de Manasés, nacieron sobre las rodillas de José. 24 Y José dijo a sus hermanos: Yo voy a morir, pero Dios ciertamente os cuidará[p] y os hará subir de esta tierra a la tierra que Él prometió en juramento[q] a Abraham, a Isaac y a Jacob. 25 Luego José hizo jurar a los hijos de Israel, diciendo: Dios ciertamente os cuidará[r], y llevaréis mis huesos de aquí. 26 Y murió José a la edad de ciento diez años; y lo embalsamaron y lo pusieron en un ataúd en Egipto. (LBLA)

Si bien este pasaje puede parecer una posdata insignificante a la vida de José que, por lo demás, llena de aventuras, vale la pena señalar que el autor de Hebreos tiene específicamente este pasaje en mente cuando incluye a José en el "salón de la fe": 

Hebreos 11:22: Por la fe José, al final de su vida, hizo mención del éxodo de los Israelitas y dio instrucciones sobre sus huesos. 

Mientras el autor de Hebreos consideraba la vida de José, lo primero que le viene a la mente fue cómo este planeó su funeral. La fe resistente y la esperanza extraordinaria de José se manifiestan especialmente en cómo piensa sobre la muerte. Recuerda que Dios había prometido una tierra a su pueblo, y aunque la realización de esa promesa fue algo que José no alcanzaría ver, no obstante lo creía. Sabía que en el exilio sus huesos conocerían solo un hogar temporal. Habría un día en que sus huesos "subirían" a la Tierra Prometida.

Desde este lado del Nuevo Pacto, tú y yo tenemos una esperanza aún más gloriosa para nuestros huesos. Pablo compara los cementerios con los jardines. Nuestros cuerpos van al suelo, sí, pero sólo por una temporada. Un día, nuestros huesos "subirán", serán resucitados. Históricamente, y en consecuencia, los cristianos siempre han provisto para sus huesos. Nosotros sembramos nuestros cuerpos en la tierra, sabiendo que vendrá la primavera de la nueva creación y floreceremos en gloria. Hoy, esa esperanza parece haberse desvanecido, como N.T. Wright señala: 
“Lo que tenemos en este momento no es, como decían las antiguas liturgias, 'la esperanza segura y cierta de la resurrección de los muertos ', sino un optimismo vago y difuso de que de alguna manera las cosas pueden funcionar en el final."  

Si no podemos manejar las peores noticias, nuestra propia mortalidad, no podremos manejar ningunas otras malas noticias con esperanza tampoco. Por el inverso, si tenemos esperanza en la muerte, y esa es ¡la esperanza de la resurrección!, no seremos aplastados, pase lo que pase. 

Dustin Messer
Pastor de formación en la fe en la Iglesia Anglicana de Todos los Santos en el centro de Dallas, Texas, EEUU. 

 

Oración
Ora conmigo esta colecta del Libro de oración común:
Eterno Señor Dios, en la vida, tienes todas las almas: dale tú a toda la Iglesia en el paraíso y en la tierra, tu luz y tu paz; y concédenos que, siguiendo los buenos ejemplos de aquellos que, habiéndole servido aquí y ahora, están en reposo, finalmente podamos entrar con ellos en tu alegría sin fin; mediante Jesucristo nuestro Señor, que vive y reina contigo, en el unidad del Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y por siempre. Amén.