La Oración es la Luz del Alma

Se desconoce el autor de esta homilía del siglo IV, pero esta joya de exhortación espiritual ha sobrevivido contra viento y mar y sigue fomentando, edificando y fortaleciendo la vida de oración del cristiano y nuestra vocación de vivir a la luz de Cristo y en la unión amorosa con Dios.

Salmo 145
Efesios 5:6-20

El bien más elevado es la oración y la conversación con Dios, porque significa que estamos en compañía de Dios y en unión con él. Al entrar la luz en nuestros ojos corporales, nuestra vista se afila; cuando un alma está empeñada en Dios, la luz inextinguible de Dios brilla en ella y la hace brillante y clara. Hablo, por supuesto, de la oración que viene del corazón y no de la rutina: no de la oración que se asigna a días o momentos particulares, sino la oración que sucede continuamente de día y de noche.

De hecho, el alma no sólo debe volverse a Dios en momentos de oración explícita. Sea lo que sea nuestra actividad, ya sea el cuidado de los pobres o algún otro deber o algún acto de generosidad, debemos recordar a Dios y anhelar a Dios. El amor de Dios será como la sal es a la comida, convirtiendo nuestras acciones en un plato perfecto para poner ante el Señor de todas las cosas. Entonces es justo que recibamos los frutos de nuestro trabajo, desbordados sobre nosotros por toda la eternidad, si se los hemos estado ofreciendo a él a lo largo de nuestra vida.

La oración es la luz del alma, el verdadero conocimiento de Dios, un mediador entre Dios y los hombres. La oración eleva el alma a los cielos donde abraza a Dios en un abracijo indescriptible. El alma busca la leche de Dios como un bebé llorando por el pecho. Cumple sus propios votos y recibe a cambio regalos mejores que cualquier cosa que pueda ser vista o imaginada.

La oración es un intermediario que nos une a Dios. Da alegría al alma y calma sus emociones. Les advierto, sin embargo: no imaginen que la oración es simplemente palabras. La oración es el deseo de Dios, una devoción indescriptible, no dada por el hombre, sino provocada por la gracia de Dios. Como dice san Pablo: Porque cuando no podemos elegir palabras para orar adecuadamente, el Espíritu mismo interceda a favor nuestro de una manera que nunca podría ser expresada en palabras.

Si Dios le da a alguien el don de tal oración, es un don de riquezas imperecebles, un alimento celestial que satisface el espíritu. Quien gusta aquel alimento se incendia y su alma arde para siempre con deseo del Señor.

Para comenzar en este camino, comienza adornando tu casa con modestia y humildad. Haz que se ilumina claramente con la luz de la justicia. Con hoja de oro adorna de las buenas obras, y con las joyas de fidelidad y grandeza de corazón. Finalmente, para hacer la casa perfecta, levanta un aguilón por encima de todo, un aguilón de oración. Así habrán preparado una casa pura y brillante para el Señor. Recibe al Señor en esta morada real y espléndida, es decir: recibe, por su gracia, su imagen en el templo de tu alma.

Homilía anónima del siglo IV

Oración
A los que te aman, Señor,
prometes venir con tu Hijo
y hacer vuestro hogar dentro de ellos.
Ven, entonces, con tu gracia purificadora
y hacer de nuestros corazones un lugar donde puedas morar;
por medio de nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo,
un solo Dios, para siempre y para siempre.
Amén.