La supremacía de Dios

Apocalipsis 4

«Después de esto miré, y vi una puerta abierta en el cielo. Y la primera voz que yo había oído, como sonido de trompeta que hablaba conmigo, decía: ‘Sube acá y te mostraré las cosas que deben suceder después de estas’. Al instante estaba yo en el Espíritu, y vi un trono colocado en el cielo, y a Uno sentado en el trono. El que estaba sentado era de aspecto semejante a una piedra de jaspe y sardio, y alrededor del trono había un arco iris], de aspecto semejante a la esmeralda.» (4: 1-3 NBLA).

Dios nunca se describe como tal, porque, aparte del hecho de que Dios es espíritu y no se puede ver, es infinito y tan indescriptible. Sin duda, hay alguien sentado en el trono gobernando, pero no puede ser capturado fácilmente con palabras. Por lo tanto, se le describe con la apariencia de jaspe y la apariencia de rubí, etc. Dios mismo nunca se describe directamente; siempre es en términos de «semejanza de» y nunca «esto es lo que es».

La descripción que se nos da, sin embargo, del que ocupa el trono es simplemente impresionante. Este es precisamente el efecto que se pretende que tenga. El que está sentado es como jaspe que es blanco y brilla como un diamante; y rubí o cornalina, que es de un rojo intenso, y esmeralda, un verde reluciente. Como alguien ha señalado, «Las piedras intensifican la luz alrededor del trono al reflejar el brillo inaccesible y, por lo tanto, la gloria que rodea a Dios mismo».

El arco iris podría significar el arco multicolor vertical que vemos en el cielo después de la lluvia o algo horizontal, más como un halo o los anillos del planeta Saturno. Por supuesto, el arco iris nos devuelve a la señal que Dios dio después del diluvio, una señal de que es un Dios fiel y misericordioso que restaura el orden después del caos del juicio (9:13). En conjunto, el efecto es evocar una imagen de belleza pura y encantadora.

Lo más parecido a esto que he experimentado fue cuando mi esposa y yo viajamos a Noruega para ver la aurora boreal. Lo que sucede es que a medida que avanza lentamente hacia el desierto frío bajo un cielo negro salpicado de estrellas, al principio muy débilmente se ve un resplandor verde bailando en el horizonte. Esto entonces comienza a brillar con mayor intensidad y la danza de las luces se vuelve aún más compleja. A esto le sigue lo que parece ser una cortina gigante verde y amarilla que brilla sobre las montañas y luego, de repente, la configuración cambia a una corona verde y amarilla con manchas rojas que se forman directamente sobre la cabeza. Esta pantalla sigue y sigue y, más, ¡uno nunca se cansa de ella! Tu mente se queda corriendo con la fascinante belleza de todo. Recuerdo haber pensado que así será cuando entremos al cielo. La experiencia de Juan es algo así, pero aumentada a un nivel completamente diferente de intensidad espiritual y emocional cuando Dios reina supremo.

Los capítulos 4 y 5 dan a los cristianos luchadores y perseverantes una muestra de la realidad, la realidad del Dios trino que reina. Es una visión de Dios que está destinada a infundirnos asombro y provocar en nosotros gratitud. Sobre todo, está destinado a crear una devoción infinita. Al comentar estos capítulos, Jonathan Edwards dijo: «Cristo en la revelación del evangelio aparece como vestido de amor, como si estuviera en un trono de misericordia y gracia, un asiento de amor rodeado de agradables rayos de amor. El amor es la luz y la gloria que rodean el trono en el que Dios se sienta ...... la luz y la gloria con la que Dios aparece rodeado en el evangelio es especialmente la gloria de su amor y la gracia del pacto».